Enrique Serna: El vendedor de chismes
Por un derecho a réplica
Karl De Negri
Hace
tiempo que mi madre me dijo que a los muertos se les deja descansar,
pero
ahora veo que a los muertos se les apuñala porque ya no pueden
defenderse.
Miré
su cuerpo medio echado en la silla, con las piernas cruzadas, una
sobre la otra en forma de escuadra, de esas que ocupan mucho espacio.
Se le veía cómodo, ahí con los ojos medio cerrados y un cabello a
leguas pintado con esas ganas de ocultar las experiencias. Era la
figura del hombre que acababa de matar a la bestia que luchó con
bravura. Se le notaba regocijado: era el hombre de la sala.
Me
adentré en ese recinto imponente de sabiduría que es la biblioteca
Vasconcelos, con la curiosidad juvenil que caracteriza a nuestra
generación, y con la mayor disposición de escuchar a un hombre que
iba a hablar de un referente del periodismo mexicano.
Fui
a la presentación de su libro porque siempre me ha interesado la
historia de mi familia. Además, porque resulta que soy un fiel
admirador de quienes se sobreponen al sistema. Esa gente que se lanza
a discutir sesudamente contra las formas duras del despotismo, contra
la mentira, y que busca que la gente discuta con los textos que
desarrolla.
Escuché
atentamente las series de calificativos -o descalificativos- que le
imputaron a Carlos Denegri; adjetivos que estaría de más reescribir
porque demostraron que lo que estaba pasando ahí, era un ejercicio
de juicios de valor, un juego moralino que sólo recuerda que cuando
se habla desde el alto pedestal de la moral, se habla con mierda en
la boca.
Los
verdugos: Eduardo Antonio Parra, Phillipe Ollé-Laprune y Carmen
Aristegui, además del propio Serna.
Hablaron
de Carlos Denegri como aquella figura deleznable del machismo
mexicano, del poder que lo orbitaba por guardar silencio de lo que
sabía de la política mexicana y sus más recónditos pecados; de
sus travesías amorísticas, y de cómo un sistema político se
enquistó en la pluma de un auténtico periodista de la talla de
Denegri, hace casi 50 años.
Sin
embargo, después de llevar a cabo una serie de masturbaciones
intelectuales a las cuales ya estoy acostumbrado y también cansado,
me quedó claro que no permitirían que nadie pusiera en duda el
texto que acaba de salir a la luz. No se permitió ni una sola
pregunta, ni un sólo comentario, a la más añeja escuela del
machismo mexicano: al HOMBRE no se le cuestiona.
[“El
vendedor de silencio” porque era lo que vendía Carlos Denegri], y
me pregunto: ¿es acaso que Enrique Serna no está haciendo lo mismo?
Vender una “novela histórica” que construye la figura mal creada
de un símbolo del periodismo mexicano del siglo pasado, ¿no es
buscar robarle la cartera a un muerto?
Yo
no haré juicios de valor descontextualizados porque, de nuevo, eso
sería hablar con mierda en la boca; empero, mencionaré al macho
oculto de Enrique Serna, cuando en una entrevista con Leo Zuckermann
-a propósito del multicitado “mostruo” Denegri- (y en la que
no dejaba de verse a sí mismo en la pantalla junto a su
interlocutor), menciona que “una de las cosas que éste logró, fue
que las mujeres leyeran periódicos”. Ese es el macho velado de
Serna: anulando la existencia de las mujeres no sólo en la lectura,
sino en el propio periodismo mexicano de la época.
Semejante
machismo interiorizado, sólo demuestra la nula capacidad de
autocrítica del ya no tan noble caballero. Pero sí le fue útil
para desplegar una emboscada intelectual con un afán turbio de
ennoblecer el periodismo al servicio de la actual realidad mexicana.
No lo podrán ver, pero es el tercero de derecha a izquierda, el que está recostado |
Durante
mi formación universitaria me ensañaron a tener rigor académico, a
que las cosas no se dicen al aire porque siempre hay un riesgo
latente de dañar la moral de una persona o de desvirtuar con suma
irresponsabilidad, un hecho. Sin embargo, los trabajos históricos
siempre son necesarios, puesto que nos permiten disipar la neblina
del desconocimiento. Son éstos, los de verdad, aquellos que nos
posibilitan comprender la realidad sin anacronismos, es decir, sin
faltar al contexto histórico.
Tantos
vicios se han cometido en nombre de la historia, que como dijo E. H.
Carr, famoso historiador inglés, el oficio del historiador no es
como el águila que vuela sobre un desfile, sino que cuando hacemos
historia, estamos dentro del desfile; somos parte justamente de ese
devenir de la misma.
Así
pues, la metralla de palabras que tira Serna contra Denegri, es la
muestra tangible del nulo rigor histórico que tiene, pues al
ocultarse tras de las notas ficcionales de la novela, lanza estocadas
a un falso revivido.
Preguntas
nacen de este hecho: si le interesaba el tema del machismo mexicano (tema del que nos tenemos que hacer cargo principlamente los hombres),
¿por qué no se lanzó a la dura investigación del machismo en el
periodismo mexicano de mediados del siglo XX, o la falsa inclusión
de las mujeres en el corporativismo de Lázaro Cárdenas?
Temas
que demostrarían que para hacer una novela con nombres de la
realidad ,se pueden hacer supuestos inacabables, pero que no se
comprometen éticamente con el ejercicio de a quienes nos interesa la
historia. Porque para novelas históricas, Paco Ignacio Taibo II.
Aquí
lanzo, pues, apuntes para que el señor Serna sazone su libro con
datos reales de Carlos De Negri: hablaba nueve idiomas, no tres; era
periodista, no comunicador ni vocero, y tenía una relación con la
madre -esa a la que Serna embarra sin escrúpulos-, semejante a la
que tienen los hijos bien paridos: amorosa y respetuosa; muy al
estilo de la vieja guardia de una cultura nacional, devota a la
madre; como la que tenía con su padre, Ramón P. De Negri, quien
fungió entre otros encargos, como embajador, y realizó junto a todo
un gabinete, la entrada de las y los infantes españoles víctimas
del Franquismo.
La familia sonorense de Ramón P. De Negri, se
dedicaba al comercio de perlas y piedras preciosas, y era
coleccionista de arte mucho antes de que el joven Ramón se sumara a
la Revolución Mexicana. Ramón era incorruptible; los vituperios de
Serna sobre éste, no son sino supuestos sin fundamento, muy al
estilo de la prosa que sabe vender muy bien la infamia sin pruebas,
sostenida sólo por la oralidad de quienes son pieza clave de una
pluma mercenaria; y muy al estilo de lo que justamente critica de
Carlos De Negri. Éste era un devoto, como la mayoría de su época.
A Carlos De Negri lo mató su pareja sentimental, Linda, ese era su
nombre real, de un balazo por la espalda. Y cuenta la voz urbana -la
misma que le gusta a Serna-, que la hermana mató a su pareja
sentimental a hachazos mientras dormía.
Con
esto como datos mucho más duros que gran parte de los que incluye
Serna en su “novela histórica”, nos ocupa un siguiente tema:
¿cuál es la relación del periodismo actual con el gobierno en
turno? La intervención mediática de Ariestegui, arroja la
interrogante. Después de haber desplegado un despiadado ataque
contra la figura ya muerta de Carlos, Carmen se cansó de bañar de
improperios al ya multicitado y galardonado periodista; lo que genera
dudas también, pues ni siquiera a Enrique Peña Nieto, lo trató con
el desprecio con el que trató a De Negri, aún a expensas de la
violencia política que vivió “la periodista de la verdad”.
Así, después de encumbrar junto a
Serna a Julio Scherer como la apuesta ética del periodismo mexicano
“under” de su tiempo, nos arroja otra serie de interrogantes refiriéndonos a
éste último: acaso si hablamos de ética y compromiso político,
¿no debió informar a las autoridades mexicanas en dónde se
encontraba el Mayo?
O ¿acaso la ética sólo es justificada cuando se trata de
entrevistas al diablo?
Sí:
cuando se abre mucho la boca apesta a mierda, y algunos lo notan; y
Aristegui demostró que, al igual que su poca capacidad de
diferenciar entre el esqueleto de una ballena (obra llamada Mátrix Móvil de Gabriel Orozco, peso pesado de la obra plástica mundial) y un dinosaurio (así
de amplio, porque parece que todos los dinosaurios son iguales), iba
a quedar bien con Julio Scherer, no sé si papá o hijo; con eso de
que les agrada platicar con muertos. Porque Julio hijo trabaja de
asesor jurídico de AMLO.
Foto tomada de flickr |
Por
otro lado, ¿la venta de chismes no deja bastante? Por lo menos un
programa de televisión y de radio. Pues, parece que este libro se hubiera quedado en puras ideas si no hubiera sido que había forma de
colgarse de los actuales movimientos de mujeres, que ya son también
bastante añejos, pero como un auténtico mercenario, Serna los usa
para encumbrarse al igual que la escalada de la figura de un icono
muerto, para ser reconocido y validado. Ni se diga del trendig
topic de AMLO por las tajadas que periodistas recibían del
gobierno en el pasado.
Al leer la nota de Juan Villoro acerca del libro “El vendedor de
silencio”, me quedó claro que el señor Serna no representa un
compromiso político ni con la historia, ni con la gente, ni con el
movimiento de mujeres; ni contra el machismo y mucho menos contra el
capitalismo.
Menciona Villoro que el autor del
libro ha alzado su carrera de escritor a través del ejercicio nada
reflexivo de los chismes de las cerradas esferas mexicanas.
A
Juan Villoro lo respeto por ser de los pocos intelectuales que
apoyaron la campaña de la vocera del Consejo Indígena de Gobierno,
María de Jesús Patricio; es decir, que respaldaba un cambio
político verdadero, mismo que muchas personas jóvenes avalamos.
No
anduvo, pues, masturbando a iguales como Antonio Parra, que se
apantalló por "la noble acción política" de Serna. Contar chismes
no es hacer política. Quehacer político sería tener una apuesta
distinta de medios de comunicación, por ejemplo. O quizá que un
libro no fuera así de caro ($369.00) para que la gente tuviera
acceso a la lectura. Sino, de qué compromiso hablan. Sí, Enrique
Serna no sólo es el vendedor del chisme, sino el mercenario de la
prosa injuriosa.
En
mi familia me enseñaron a hablar con la verdad, a no dañar la moral
de nadie, y a siempre respetar las ideas ajenas. Sin embargo, también
aprendí que no hay que callar ante las injusticias, y que a los
muertos sí se les deja descansar.
Enrique
Serna, que la historia te mida con la misma vara que has medido,
porque no dañaste la moral de un muerto, sino la de una familia.
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ResponderEliminarNo hubo dinámica de preguntas y respuestas en la presentación porque comenzó casi 40 minutos después de lo anunciado. Por los paros de manifestantes sobre Insurgentes y Reforma, a todo mundo se le hizo tarde. Carmen Aristegui llegó una hora y media después de la hora fijada, casi al terminar el evento, que se prolongó para que la señora pudiera decir sus palabras. Se contempló además que la firma de autógrafos iba a durar dos horas por lo menos, por eso no hubo ronda de preguntas y respuestas, pero todos estos factores que tú pudiste observar curiosamente ni los mencionas.
ResponderEliminarAhora bien, si te pareció una atrocidad el libro de Serna, ¿por qué no exigiste al staff que te dejaran hablar y te pasaran el micrófono para denunciar en el lugar y momento oportuno tu inconformidad? ¿O ahora resulta que le vas a achacar tus cobardías al autor y a la editorial? Tienes envidia del éxito del libro porque en vez de escribirlo tú, que eras familiar de Denegri, lo hizo un tercero.