Realidad y ficción, difuminando los límites
Miguel Ángel Escobar
La realidad es aquello que,
cuando uno deja de creer en ello,
no desaparece.
Philip K. Dick
2019, año en el que está ambientada la obra maestra de Katsuhiro Otomo, Akira, un manga posteriormente adaptado a la pantalla grande, donde desde la ciencia ficción se retrata el acontecer de Neo-Tokyo, una ciudad no tan alejada de la realidad de la ciudad nipona en el presente, así como de otras grandes megalópolis a lo largo del mundo; con rascacielos gigantescos que ostentan el poderío tecnológico mientras sus innumerables luces combaten la oscuridad de la noche, no obstante, a la par de esa grandeza tecnológica se encuentra otra ciudad, otro mundo, que sin salir de las fronteras es completamente distinto. En este otro mundo, habitado por el caos, la desolación, controlado por las pandillas de motociclistas y la precariedad, es donde se encuentran los protagonistas, sobreviviendo al margen del “progreso”.
Akira es una historia entrañable porque no hay héroes ni villanos, no está construida a partir de los arquetipos del bien y el mal, en su lugar Otomo se encarga de matizar a los personajes explorando los aspectos más funestos de la humanidad que se presenta en una premisa concreta: la deshumanización no sólo es causa de la destrucción (como la guerra), sino que también lo hace la tecnología. Pues son los sujetos presentados en la historia, víctimas de la deshumanización, llevándolos a cometer actos atroces en favor de sus intereses particulares.
Akira, 1988 |
Actualmente nos encontramos haciendo equilibrismos, pues la emergencia sanitaria por Covid-19, que es una enfermedad causada por un virus que en un primer momento atacaba únicamente animales, pero que a partir de la zoonosis, consecuencia de la invasión de los espacios silvestres en la búsqueda de ampliar más los alcances de los desarrollos urbanos, nos ha mantenido en resguardo (a quienes hemos podido hacerlo) por seis meses, cosa que no es sencilla, pues aunque de cierta manera ya estamos habituados a interactuar en el ciberespacio de las redes sociales, entendemos el contacto humano como un factor imperante en el desarrollo de nuestras relaciones socio-afectivas. Los nostálgicos no nos conformamos con ver a nuestras amistades retratadas en pixeles y escucharlas a través de micrófonos que, si la señal de internet es mala, llegamos a percibir como “robotizados”. Aspectos indispensables en las relaciones humanas como el erotismo, se han puesto sobre la mesa, ¿es posible establecer relaciones eróticas a pesar de la distancia haciendo uso de internet? Existen alternativas como el sexting o el texting, sin embargo, la ausencia de encuentros sexuales propiamente dichos nos ha invitado a pensar que no podemos reemplazar los besos, la piel, las caricias, los olores y los orgasmos por videos, fotografías o textos. De cierta manera se ha reforzado la idea de estas actividades como herramientas, más que como un fin, pues seguramente el ahorra típico “cuando podamos salir” se ha vuelto recurrente para planificar encuentros sexuales. Señal de que aún conservamos algo de humanidad.
Recientemente, a partir del anuncio de Elon Musk sobre su nuevo proyecto, Neuralink, se ha percibido en el ciberespacio una suerte de celebración de la llegada del “futuro”, con la promesa de un chip que al incrustarse en la masa cerebral podrá, entre otras cosas, tratan enfermedades como la depresión o atrofias motoras de formas no convencionales aún por explorar. Empero, el apoyo de los usuarios de las redes sociales va más encaminado a vislumbrar un estilo de vida futurista como los planteados en obras de ciencia ficción como Inteligencia Artificial de Steven Spielberg o Ghost in the Shell en sus diferentes versiones, donde la premisa principal gira entorna a la pregunta sobre las diferencias de las máquinas y los seres humanos y si es que ya existe tal mimetización que es imposible establecer una frontera tajante entre uno y otro.
Elon Musk, presentación de Neuralink |
Actividades como organizar una agenda, una computadora personal o, incluso, conseguir la comunicación “mental” de persona a persona, se posicionan en el imaginario colectivo, así como escuchar música directamente en el cerebro o revivir y proyectar recuerdos en forma de imágenes digitales. Lo que me hace pensar irremediablemente en aquella mujer que pudo “convivir” una vez más con su hija fallecida, haciendo uso de la realidad virtual y que potenció un debate, ¿es esa una mejor manera de sobrellevar el duelo o por el contrario una manera de prolongarlo? Las opiniones son diversas, y les corresponde a los expertos en la salud emocional responderlas, pero sin duda alguna se está comenzando a romper la barrera de la realidad y la virtualidad que empiezan a coexistir como una sola cosa.
Asimismo, la industria de los videojuegos está proyectando a largo plazo la creación de un metaverso donde todos sus usuarios podrán habitar la digitalidad de la red como una especie de universo alternativo al nuestro, con avatares, actividades, trabajos que moneticen en dinero real, etc. Todo esto a partir de la idea ya existente de Fornite, creación de la compañía Epic Games. En este metaverso, según sus desarrolladores, podrán convivir todas las marcas, todos los personajes, llevarse a cabo conciertos, proyecciones de cine, en fin, un mundo fantasmagórico en términos recatados, y una simulación para los pesimistas.
Es imposible no hacerse estas preguntas, principalmente porque la cara líder del proyecto Neuralink es el mismo hombre que en medio de una crisis sanitaria mundial consecuencia de un enorme problema ambiental causado por el sistema económico dominante donde el seguir vendiendo es la prioridad y la obsolescencia programada el pan de cada día de los consumidores, se aventura a la exploración espacial con las claras intenciones de una futura colonización más allá de este planeta. Sin dejar de lado su declaración donde explícitamente habló de sus intenciones de utilizar un golpe de Estado contra Bolivia, apoyado por supuesto del gobierno de Estados Unidos. Pues recordemos que Bolivia es el país más rico en yacimientos de litio, un recurso indispensable para el desarrollo tecnológico hoy en día.
Ghost in the Shell, 1995 |
Con este panorama, y teniendo en cuenta que empresas como Google, Microsoft, Apple o Facebook hacen uso de toda nuestra información, de cada click, de cada me gusta o de cada búsqueda, como alguna vez le escuché decir a Juan Carlos Monedero en una de sus visitas a México: el Big Data sabe nuestra orientación sexual incluso antes de que nosotros mismos lo sepamos. No es para nada descabellado que este uso de datos se intensifique de una manera monstruosa, sobre todo si consideramos el actual control ciudadano que se lleva a cabo en China, donde el gobierno hace uso de los datos de sus ciudadanos para saber qué hacen, qué consumen, cuáles son inclinaciones políticas, etc. Y premiando a los buenos ciudadanos, es decir, los que no les significan problemas, y castigando a los que no lo son. El Gran Hermano en su máxima expresión, hasta ahora.
Pero no pretendo en absoluto posicionarme como un ludita, atribuyéndole a las máquinas o la tecnología todos los males del mundo, pues ya vimos que en el siglo XIX no funcionó porque el problema no era ese, el problema es el sistema entero que perdura hasta hoy. Pues gracias a la tecnología es que yo pude escribir esto y ustedes pueden leerlo, sin embargo, sí busco rescatar algunas preguntas que pienso debemos respondernos en conjunto a la hora de hablar del “progreso” de la sociedad a partir de estas nuevas herramientas tecnológicas y volver a la vieja pregunta que las obras cyberpunk nos invitan a responder: ¿qué nos hace humanos?
Es algo que nos hace pensar y soñar, pero con esto del covid replantea que peligros para checar fondos de ahorro que han impulsado estos años las grandes ciudades
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